Miles Davis en la noche, tres de junio.

My Old Flame asciende por el aire

de un pequeño apartamento sucio.

Culebra del aliento que se quema

en la última cerveza

y en los ladridos de los perros que se a

hogan en el pensamiento.




El silencio

No hay más palabra dicha

que aquella que ha callado.

Piedra que cae en el agua de un aljibe.


El norte está hecho de silencio.

Los pájaros que vuelan

en el cielo del cuadro Los cazadores en la nieve

son unos silenciosos cuervos negros.

El invierno es silencio, garrapata

prendida inmóvilmente de la carne de un preso.

El preso que camina inmóvilmente

a lo largo de su celda a lo largo del invierno.

Todo es silencio y fuerza. Flor negra contenida

antes de florecer.

Los carceleros golpearían las rejas

en mitad del sueño,

llevarían a alguno de nosotros

para hacerlo morder en las perreras,

nos atarían las manos a la espalda

a la hora de acostarnos,

nos patearían la lata de mear,

pero el silencio continuaba, impávido y profundo,

dulce como una horca,

lar

go como un olvido imposible de olvidar.


Si me dices te quiero

guardo silencio, miro

la crueldad del viento meciendo un abedul

y la absoluta falta de palabras

en el medio del parque.


Hay palabras y hay ojos llenos de periodismo,

dicen y miran sólo lo publicable.


En otro invierno, otro país, son otros

pero el silencio es siempre el mismo,

la misma forma de saber, la misma voz

de piedra en el agua de un aljibe.


Sin el vacío no hay paso y sin silencio

no hay significado.





Veinte de junio, Erik Satie,

horas quemadas de un domingo.

El mundo aprisionado en el cerebro.

Teléfono dormido. Solamente mi gato

busca en vano mis ojos.

La música se refiere a un después

que ya pasó. En la imaginación

el tiempo está cristalizado. En ca

da cristalito viven

imágenes imposibles de creer.

No escucho noticieros. Las noticias

son un esquema sobre el cual las arañas

van destejiendo minuciosamente

toda la realidad.

La música reanima las imágenes

fascinantes de los cristalitos:

la belleza más bella,

la que causa dolor.





Ellas y Ulises

Ellas

pasan con sus traseros,

con sus inabarcables

humanidades y bellezas

donde mi mayor mérito

es haber inventado lo imposible.


Del otro lado de las viejas

celosías de madera

está mi barrio que ya nunca

fue mi barrio,

y si hay dolor,

acaso

sea el dolor de que eso

sólo me importa un reverendo cuerno.

Del otro lado de las celosías

hechas para espiar a los vecinos

está el país

como un ahogado que boquea en la noche

con la lengua de afuera.


Ellas están muy lejos.

Cansadas de haber sido sólo espejos

de toda la distancia,

optan por sus futuros.

Nadie tiene ya ganas

de jugar a Calipso reteniendo a Ulises.


Ulises busca Itaca

dentro de sí mismo. En cada isla, la palabra

amor

tiene significados diferentes.

Cada significado modifica

las constelaciones,

de tal modo que Ulises

debe cambiar de rumbo nuevamente

y boga por el mar a la deriva

de toda su memoria.


Ellas pasan desnudas,

terrenalmente prácticas,

recogiendo frutas,

consultando manuales,

tejiendo ropa,

leyendo libros interesantísimos,

cantando una canción,

oliendo a jabón

y un poquito a cebolla

frita.


Mi país

es como un golpe bajo,

una emboscada,

y antes de caer pienso

que no quiero morir

de esta manera

en mi país.


Ellas vuelven

a pasar desnudas

con sus hijos desnudos

tras de si,

y a mí me asombra

tan

terriblemente

que no sean mis hijos.


Sueño:

borracho de vivir

caigo de mí a un aljibe

pero antes de caer

echo a volar el odio

que arranca de la tierra lo que no debe ser,

y en el centro del odio

el gusanito del amor se mueve.

En el odio

desaparece todo lo que odiamos,

y antes de hundirme en la profunda

agua de grillos negros de este aljibe

somos seres humanos por primera vez.


Ellas,

esas sinuosas amazonas, traen,

en la inquietante golosina del recuerdo,

el dolor de los cascos de sus grandes caballos

al aplastarme los pulmones.

Profundamente humanas,

han aceptado ese destino de no ser

para ser ellas mismas.

Conmigo dejan, llorisqueando,

el bebé enorme de la estupidez

que quiere ser a toda costa,

ser,

mayor de edad.


Luego es cuarto cerrado

y un hombre en una cama

y el mes de enero, lerdo,

atravesando el pensamiento: esas

orugas grises recorriendo

las paredes profundas de la habitación,

donde la línea recta

del pasado

nunca tiene futuro,

donde la línea curva

del futuro

nunca tiene presente.


Ellas

vuelven ahora y me miran

a los ojos

comprendiéndolo todo,

y en esa insoportable

realidad de sus miradas

atraviesan mis ojos,

y los hijos que traen mean en el jardín

de mi propia mirada

con tan poco respeto

que uno los correría a los varazos.





Hombre despierto

La dama duerme desnuda

en el cuarto cuadrado

y el hombre horada su herida

en el desierto del deseo.





La paz interior

La paz es no temer la muerte.


Cuando el abismo deja de ser terrible

caen los libros nuevamente ordenados

en todos sus estantes,

duerme el gato estirado a lo largo de la alfombra

y el reloj avanza

hacia un tiempo que nunca alcanzaremos.


La muerte era

el miedo de los niños a la oscuridad.


Ahora que nuestra bóveda interior

se encuentra iluminada,

morir es terminar, poner un punto,

firmar la carta que no contiene dramatismo,

entender que los ojos que nos quemaron de deseo

en medio del desierto del alma

fueron un espejismo.


La paz es entender que los espejos mienten.

Y toda la desdicha, toda la egolatría de Dios

se compone de espejos,

de imágenes de imágenes de imágenes

inscriptas en rectángulos, en óvalos, en círculos.

Los espejos creados por la ironía cosquillosa

del redentor

son la trampa del mundo.


Pero la paz, si existe, no resuena

en la bóveda de los pensamientos.

Está sentada en una silla a medianoche,

en el cuerpo de un hombre que no puede dormir

porque comió espagueti con salsa siciliana

demasiado tarde.


Mientras la paz hace la digestión

es posible tener fantasías amorosas,

recordar sin rencor a los progenitores,

constatar el estanque de agua mansa

que es la soledad

y jugar:

poner las manos en el río frío

de lo que no existe,

de lo que no existió y es añorado absurdamente

-la respiración sofocada por el instinto-.

Tiempo que empecinadamente

se refleja en el engaño de los espejos.


Las palabras se avergüenzan tanto


Las palabras se avergüenzan tanto
de la cursilería del amor
que corren como perros con miedo
hasta los bordes de un espejo roto.

Porque el amor es una mariposa
entre los dedos de un bruto.

Las palabras se avergüenzan tanto
que no es posible nombrar a los amantes
sin dejar que los dados rueden hacia la noche
donde se detendrán en medio del vacío.

Todo sueño es un desencuentro
y todo encuentro un sueño
donde queremos ver el dedo platinado
de Dios o del destino.
El olor de su sexo ciertas noches
y la violencia con que nos amamos
son ahora el suspiro que tuvo un espejismo.

Las palabras
que han alcanzado la mayoría de edad
se escuchan a sí mismas sonando
bajo la luz desinfectada
de un día invernal.