Ellas y Ulises

Ellas

pasan con sus traseros,

con sus inabarcables

humanidades y bellezas

donde mi mayor mérito

es haber inventado lo imposible.


Del otro lado de las viejas

celosías de madera

está mi barrio que ya nunca

fue mi barrio,

y si hay dolor,

acaso

sea el dolor de que eso

sólo me importa un reverendo cuerno.

Del otro lado de las celosías

hechas para espiar a los vecinos

está el país

como un ahogado que boquea en la noche

con la lengua de afuera.


Ellas están muy lejos.

Cansadas de haber sido sólo espejos

de toda la distancia,

optan por sus futuros.

Nadie tiene ya ganas

de jugar a Calipso reteniendo a Ulises.


Ulises busca Itaca

dentro de sí mismo. En cada isla, la palabra

amor

tiene significados diferentes.

Cada significado modifica

las constelaciones,

de tal modo que Ulises

debe cambiar de rumbo nuevamente

y boga por el mar a la deriva

de toda su memoria.


Ellas pasan desnudas,

terrenalmente prácticas,

recogiendo frutas,

consultando manuales,

tejiendo ropa,

leyendo libros interesantísimos,

cantando una canción,

oliendo a jabón

y un poquito a cebolla

frita.


Mi país

es como un golpe bajo,

una emboscada,

y antes de caer pienso

que no quiero morir

de esta manera

en mi país.


Ellas vuelven

a pasar desnudas

con sus hijos desnudos

tras de si,

y a mí me asombra

tan

terriblemente

que no sean mis hijos.


Sueño:

borracho de vivir

caigo de mí a un aljibe

pero antes de caer

echo a volar el odio

que arranca de la tierra lo que no debe ser,

y en el centro del odio

el gusanito del amor se mueve.

En el odio

desaparece todo lo que odiamos,

y antes de hundirme en la profunda

agua de grillos negros de este aljibe

somos seres humanos por primera vez.


Ellas,

esas sinuosas amazonas, traen,

en la inquietante golosina del recuerdo,

el dolor de los cascos de sus grandes caballos

al aplastarme los pulmones.

Profundamente humanas,

han aceptado ese destino de no ser

para ser ellas mismas.

Conmigo dejan, llorisqueando,

el bebé enorme de la estupidez

que quiere ser a toda costa,

ser,

mayor de edad.


Luego es cuarto cerrado

y un hombre en una cama

y el mes de enero, lerdo,

atravesando el pensamiento: esas

orugas grises recorriendo

las paredes profundas de la habitación,

donde la línea recta

del pasado

nunca tiene futuro,

donde la línea curva

del futuro

nunca tiene presente.


Ellas

vuelven ahora y me miran

a los ojos

comprendiéndolo todo,

y en esa insoportable

realidad de sus miradas

atraviesan mis ojos,

y los hijos que traen mean en el jardín

de mi propia mirada

con tan poco respeto

que uno los correría a los varazos.