My Old Flame asciende por el aire
de un pequeño apartamento sucio.
Culebra del aliento que se quema
en la última cerveza
y en los ladridos de los perros que se a
hogan en el pensamiento.
Vintén Editor, Montevideo, 1995
My Old Flame asciende por el aire
de un pequeño apartamento sucio.
Culebra del aliento que se quema
en la última cerveza
y en los ladridos de los perros que se a
hogan en el pensamiento.
No hay más palabra dicha
que aquella que ha callado.
Piedra que cae en el agua de un aljibe.
El norte está hecho de silencio.
Los pájaros que vuelan
en el cielo del cuadro Los cazadores en la nieve
son unos silenciosos cuervos negros.
El invierno es silencio, garrapata
prendida inmóvilmente de la carne de un preso.
El preso que camina inmóvilmente
a lo largo de su celda a lo largo del invierno.
Todo es silencio y fuerza. Flor negra contenida
antes de florecer.
Los carceleros golpearían las rejas
en mitad del sueño,
llevarían a alguno de nosotros
para hacerlo morder en las perreras,
nos atarían las manos a la espalda
a la hora de acostarnos,
nos patearían la lata de mear,
pero el silencio continuaba, impávido y profundo,
dulce como una horca,
lar
go como un olvido imposible de olvidar.
Si me dices te quiero
guardo silencio, miro
la crueldad del viento meciendo un abedul
y la absoluta falta de palabras
en el medio del parque.
Hay palabras y hay ojos llenos de periodismo,
dicen y miran sólo lo publicable.
En otro invierno, otro país, son otros
pero el silencio es siempre el mismo,
la misma forma de saber, la misma voz
de piedra en el agua de un aljibe.
Sin el vacío no hay paso y sin silencio
no hay significado.
horas quemadas de un domingo.
El mundo aprisionado en el cerebro.
Teléfono dormido. Solamente mi gato
busca en vano mis ojos.
La música se refiere a un después
que ya pasó. En la imaginación
el tiempo está cristalizado. En ca
da cristalito viven
imágenes imposibles de creer.
No escucho noticieros. Las noticias
son un esquema sobre el cual las arañas
van destejiendo minuciosamente
toda la realidad.
La música reanima las imágenes
fascinantes de los cristalitos:
la belleza más bella,
la que causa dolor.
Ellas
pasan con sus traseros,
con sus inabarcables
humanidades y bellezas
donde mi mayor mérito
es haber inventado lo imposible.
Del otro lado de las viejas
celosías de madera
está mi barrio que ya nunca
fue mi barrio,
y si hay dolor,
acaso
sea el dolor de que eso
sólo me importa un reverendo cuerno.
Del otro lado de las celosías
hechas para espiar a los vecinos
está el país
como un ahogado que boquea en la noche
con la lengua de afuera.
Ellas están muy lejos.
Cansadas de haber sido sólo espejos
de toda la distancia,
optan por sus futuros.
Nadie tiene ya ganas
de jugar a Calipso reteniendo a Ulises.
Ulises busca Itaca
dentro de sí mismo. En cada isla, la palabra
amor
tiene significados diferentes.
Cada significado modifica
las constelaciones,
de tal modo que Ulises
debe cambiar de rumbo nuevamente
y boga por el mar a la deriva
de toda su memoria.
Ellas pasan desnudas,
terrenalmente prácticas,
recogiendo frutas,
consultando manuales,
tejiendo ropa,
leyendo libros interesantísimos,
cantando una canción,
oliendo a jabón
y un poquito a cebolla
frita.
Mi país
es como un golpe bajo,
una emboscada,
y antes de caer pienso
que no quiero morir
de esta manera
en mi país.
Ellas vuelven
a pasar desnudas
con sus hijos desnudos
tras de si,
y a mí me asombra
tan
terriblemente
que no sean mis hijos.
Sueño:
borracho de vivir
caigo de mí a un aljibe
pero antes de caer
echo a volar el odio
que arranca de la tierra lo que no debe ser,
y en el centro del odio
el gusanito del amor se mueve.
En el odio
desaparece todo lo que odiamos,
y antes de hundirme en la profunda
agua de grillos negros de este aljibe
somos seres humanos por primera vez.
Ellas,
esas sinuosas amazonas, traen,
en la inquietante golosina del recuerdo,
el dolor de los cascos de sus grandes caballos
al aplastarme los pulmones.
Profundamente humanas,
han aceptado ese destino de no ser
para ser ellas mismas.
Conmigo dejan, llorisqueando,
el bebé enorme de la estupidez
que quiere ser a toda costa,
ser,
mayor de edad.
Luego es cuarto cerrado
y un hombre en una cama
y el mes de enero, lerdo,
atravesando el pensamiento: esas
orugas grises recorriendo
las paredes profundas de la habitación,
donde la línea recta
del pasado
nunca tiene futuro,
donde la línea curva
del futuro
nunca tiene presente.
Ellas
vuelven ahora y me miran
a los ojos
comprendiéndolo todo,
y en esa insoportable
realidad de sus miradas
atraviesan mis ojos,
y los hijos que traen mean en el jardín
de mi propia mirada
con tan poco respeto
que uno los correría a los varazos.
La dama duerme desnuda
en el cuarto cuadrado
y el hombre horada su herida
en el desierto del deseo.
La paz es no temer la muerte.
Cuando el abismo deja de ser terrible
caen los libros nuevamente ordenados
en todos sus estantes,
duerme el gato estirado a lo largo de la alfombra
y el reloj avanza
hacia un tiempo que nunca alcanzaremos.
La muerte era
el miedo de los niños a la oscuridad.
Ahora que nuestra bóveda interior
se encuentra iluminada,
morir es terminar, poner un punto,
firmar la carta que no contiene dramatismo,
entender que los ojos que nos quemaron de deseo
en medio del desierto del alma
fueron un espejismo.
La paz es entender que los espejos mienten.
Y toda la desdicha, toda la egolatría de Dios
se compone de espejos,
de imágenes de imágenes de imágenes
inscriptas en rectángulos, en óvalos, en círculos.
Los espejos creados por la ironía cosquillosa
del redentor
son la trampa del mundo.
Pero la paz, si existe, no resuena
en la bóveda de los pensamientos.
Está sentada en una silla a medianoche,
en el cuerpo de un hombre que no puede dormir
porque comió espagueti con salsa siciliana
demasiado tarde.
Mientras la paz hace la digestión
es posible tener fantasías amorosas,
recordar sin rencor a los progenitores,
constatar el estanque de agua mansa
que es la soledad
y jugar:
poner las manos en el río frío
de lo que no existe,
de lo que no existió y es añorado absurdamente
-la respiración sofocada por el instinto-.
Tiempo que empecinadamente
se refleja en el engaño de los espejos.